Comparativa berlinas medias deportiva
Esta prueba la publiqué en la revista Autovía en el año 2002. Es una comparativa entre el Alfa Romeo 156 GTA, el Ford Mondeo RS y el Opel Vectra OPC
Las “uves” de la ira
Pocos sentimientos causan tanta ira como lo hace la impotencia. La adquisición de modelos dotados de mecánicas con potencias superiores a los 200 CV puede incluso ser consecuencia de la impotencia de quienes de verdad saben lo que significa conducir. Los límites genéricos de velocidad son necesarios para quienes son transportados por sus coches pero, para aquellos que conocen el rendimiento de sus vehículos y se preocupan por aumentar su capacidad al volante, la impotencia de saber que dichos límites son, a día de hoy, inadecuados, no hace sino confirmarles en lo acertado de elegir un modelo que les haga disfrutar de una actividad tan placentera como lo es la conducción; no son criminales, son conductores.
Nos acercamos a estos modelos con las perspectivas opuestas de dos amigos en busca de un coche; la del amante y conocedor de los vehículos (el comprador) y la de quien sólo ve en ellos un peligroso medio de transporte (el detractor). Ambos los observan y comprueban a simple vista una clara diferenciación en los objetivos buscados por sus diseñadores; el Alfa Romeo deja claro su potencial con toda una serie de elementos aerodinámicos que refuerzan su imagen deportiva, para el Ford se recurre también a claras variaciones respecto a otras versiones, mientras que el Opel es sin duda el más austero en cuanto a diferenciaciones estilísticas. Lo cierto es que las imágenes son adecuadas a la verdadera “personalidad” de cada modelo, aunque eso es, de momento, adelantar acontecimientos.
El “comprador” observa que las llantas son en todos los casos de grandes dimensiones (17 ó 18 pulgadas) lo que permite alojar frenos de gran tamaño en ambos ejes, siendo ventilados en el delantero. Para el “detractor” sobran los faldones delanteros sobredimensionados ya que desconoce que su objetivo es aumentar la entrada de aire al motor y a los frenos. Igualmente, quitaría ese “resalte” en la trasera del Mondeo, y es que no ha oído hablar nunca del efecto ascensional que puede producirse en un vehículo a determinadas velocidades.
Comparando los habitáculos el comprador se siente un poco defraudado al comprobar que el Alfa y el Ford cuentan con tapicería de piel de serie. Justo dicho aspecto le había gustado al detractor, porque no sabe que la agradable estética de la piel obliga a tener asientos fríos en invierno y calurosos en verano, además de proporcionar un agarre mucho menor. Aun así, el comprador sabe apreciar el diseño envolvente de los mismos para aumentar el apoyo lateral, además de valorar la regulación lumbar del Ford y del Opel o el asiento extensible del Alfa Romeo, que permite apoyar bien las piernas sea cual sea la talla del conductor.
Ambos encuentran un punto de acuerdo respecto al aspecto interior; la terminación parece adecuada en los tres, aunque el Vectra da mayor aspecto de solidez y el 156 tiene un agradable material en el salpicadero pero que acumula suciedades con facilidad. El término medio entre la sobriedad del Opel y el atractivo diseño del Alfa se encuentra en el Ford, aunque está más cercano al sobrio diseño del Vectra y mantiene además una apariencia de calidad similar a la de su compatriota alemán y superior a la del vehículo italiano.
Al encender los motores comienza el escándalo para el detractor; el Alfa Romeo suena una barbaridad, y mucho más si se acelera en vacío. El comprador opina justo lo contrario; todos tienen un agradable sonido pero, en el caso del 156, resulta incluso cautivador. Tampoco entiende el detractor que su amigo se plantee el Alfa Romeo como alternativa a Mondeo y Vectra; es más pequeño, tiene menos espacio para pasajeros y maletas y, además, cuesta mucho más dinero. El comprador acepta dichas críticas, aunque sabe que la relación peso/potencia ha de ser más favorable en el 156 y, gracias a su batalla más corta, debería tener mayor agilidad en zonas de curvas, siendo también el más potente del grupo. Además, dado que sólo tiene un hijo, el espacio disponible es más que suficiente, otra cosa sería si necesitara espacio para otra persona y las maletas de los cuatro ya que, con un maletero que se queda en 400 litros reales, podría ser insuficiente… aunque entonces podría optar por el familiar.
El detractor decide entonces dar una vuelta con cada uno de los vehículos llevando de acompañante a su amigo. Sube primero en el Vectra y encuentra la posición de conducción sin problemas, inserta primera y se sorprende de la fuerza del motor, la respuesta es suave y va subiendo de marchas con suavidad y parsimonia hasta circular en quinta a un tranquilo régimen de menos de 3.000 rpm a 120 kms/h. Se desvía por carreteras secundarias y encuentra cómodas las suspensiones, él no realiza trazados limpios pero el coche va por su sitio sin problemas. En una curva ciega entra a mayor velocidad de la pretendida y el control de estabilidad se pone en funcionamiento con claridad, parando mucho al coche e impidiendo que la falta de pericia del conductor tenga consecuencias negativas.
Con la experiencia adquirida afronta la siguiente curva complicada pisando en exceso el freno, con el consiguiente exceso de deceleración. En la siguiente recta con visibilidad encuentra un vehículo pesado y decide adelantarlo, va en quinta y no cambia de marcha, sintiendo que el coche parece tener menos potencia de la que esperaba pero adelantando aun así mucho más rápido de lo habitual. Una vez terminado el recorrido piensa que el vehículo es cómodo y agradable, con potencia sobrada y sin pegas reseñables salvo unos intermitentes que parecen estar rotos, ya que ofrecen un extraño tacto que no hace sentir cuándo están puestos y cuándo quitados.
Le toca ahora al comprador que, al reincorporarse a la carretera, comparte el comentario de los intermitentes y, además, observa que el cambio no admite con facilidad un manejo rápido y le recuerda al tradicional tacto de Opel; fácil de guiado pero lento y duro. El motor, sin embargo, empuja con fuerza y parece responder a cualquier régimen aunque, eso sí, al llegar a autopista comprueba un excesivo desarrollo de la quinta marcha, causando una importante caída de régimen al pasar desde cuarta. Las curvas se toman con facilidad y el aplomo del coche es adecuado, ofreciendo una gran sensación de seguridad.
Toma entonces la misma carretera secundaria y, en las primeras curvas de fuerte apoyo, percibe que la suspensión parece trabajar bien pero con mayor firmeza que en la autovía. Esta situación se debe a la combinación de un amortiguador relativamente blando con muelle duro, que en apoyos rápidos ofrece buena dureza pero que también lleva a incómodos rebotes en baches. Dosificando la frenada y sabiendo el tipo de vehículo que conduce se dirige hacia las curvas ciegas a la velocidad adecuada. Al afrontar la primera curva se encuentra en medio de la trazada un automóvil circulando en sentido contrario a baja velocidad y ocupando parte de su calzada, por lo que se ciñe a su lado y disminuye rápido pero sin brusquedad su velocidad, dando tiempo a que el otro conductor se reincorpore a su lado mientras hace señales de loco al conductor del Vectra. El control de estabilidad no ha actuado porque era innecesario ante la buena reacción del conductor, y los frenos y el repartidor de frenada han estado a la altura de lo requerido, aunque la dirección ha pecado algo de lenta y la inclinación de la carrocería ha sido mayor de lo esperado.
Decide entonces aumentar algo el ritmo y descubre que la segunda es capaz de estirar hasta casi los 110 km/h mientras que en tercera se queda algo descolgado al afrontar curvas medias. El control de estabilidad actúa sólo cuando es necesario y el comportamiento básico es muy neutro. Mientras, al desconectarlo, observa que si bien el comportamiento es subvirador (se va antes de delante) la geometría de las ruedas traseras permite aprovechar las inercias para colocar la trasera en curvas cerradas. El detractor, sentado a su lado, ya hace varios kilómetros que piensa que su amigo está loco y se agarra a la puerta mientras espera con ansia recoger el Mondeo para poder conducir él.
Y cumpliendo los deseos del detractor le toca ponerse a los mandos del Ford. Como no quiere ser menos que su amigo se dispone a llegar antes a la velocidad máxima permitida aunque, eso sí, sin rebasarla, pero comprueba entonces que la dirección responde muy rápido a los movimientos del volante y se pone algo nervioso; con un pequeño movimiento la variación de dirección es casi instantánea y por ello causa algunas situaciones de peligro de manera involuntaria al girar excesivamente el volante. Le resulta complicado mantener la línea recta en autopista y, al tomar curvas, está continuamente corrigiendo la trayectoria. Tampoco le convence la situación en carreteras secundarias, aunque aquí parece que el dominio del vehículo es mayor y tiene la sensación de que el Mondeo es más ligero que el Vectra. Detecta además que el cambio tiene un manejo más agradable pero el climatizador no es doble como en el Vectra, y tiene un funcionamiento inestable que varía la velocidad de los ventiladores continuamente.
Tras haber pasado algo de miedo debido a las situaciones de peligro producidas por el detractor, el comprador toma ahora los mandos. Los asientos le parecen muy cómodos y se sorprende del tacto de todos los mandos, mucho más agradables que en el Vectra, incluyendo el cambio, que proporciona un buen guiado y bastante rapidez. Comprueba también que la dirección es claramente más rápida de reacciones debido al escaso perfil de los neumáticos y al gran diámetro de la llanta, ya que la desmultiplicación de la dirección es igual en ambos casos. Los desarrollos del cambio están mejor escogidos para conducir en carreteras secundarias, pues permiten aprovechar mejor el rendimiento del motor. Las suspensiones ofrecen una estabilidad superior, realizando más planos los virajes, mientras que el perfil bajo empeora el confort cuando el firme no es totalmente liso. La fuerza del motor es inferior a la ofrecida por el Vectra pero, debido a la mejor elección de los desarrollos del cambio, las prestaciones son favorables al Mondeo.
Y ahora el detractor tiene dudas acerca de si debe o no conducir el Alfa Romeo, su silueta le causa respeto y, con 250 CV, piensa que aquello tiene que ser algo incontrolable. Casi a su pesar se sienta en el 156, le impresiona el velocímetro tarado a 300 km/h y no entiende que los pedales estén perforados y que el del acelerador y el freno estén tan juntos. Inserta primera y comienza a subir marchas con cierta rapidez ya que cambia “a oído” hasta que llega a 120 km/h extrañado de lo mucho que se percibe el motor que, además, está girando a casi 4.000 rpm. Entonces es cuando el comprador le recuerda que en este coche hay 6 marchas y que están rodando en quinta. Algo sonrojado, el detractor inserta sexta y comprueba que puede circular todo el tiempo en esta marcha aunque existan repechos o tenga que aminorar la velocidad.
Situado ya en la carretera de montaña el cambio entre tercera y cuarta es continuo y el conductor se sorprende de la potencia de los frenos aunque, en algún momento, le ha entrado en funcionamiento el ABS. Las curvas son fáciles y se requiere muy poco movimiento de volante para afrontarlas sorprendiéndose de lo fácil y seguro que es aumentar el ritmo cuando sabe que el vehículo va a responder. La experiencia no ha sido mala pero, al aparcar para ceder el puesto de conducción al comprador, nota que debe hacer muchas más maniobras que en los otros dos coches ya que éste parece que no gira.
El comprador toma por fin los mandos del vehículo que más le llamaba la atención, 250 CV y el emblema de Alfa Romeo son una combinación a la que pocos amantes del automóvil pueden resistirse. Sin embargo, no encuentra la postura de conducción adecuada tan fácilmente como en el Ford. Eso sí, los asientos recogen perfectamente el cuerpo. Los pedales, por su parte, resultan perfectos para efectuar la maniobra punta/tacón, mientras que los espejos son pequeños para su gusto. Acelera con rapidez para comenzar a insertar marchas hasta llegar a la sexta, los movimientos son cortos y precisos, y la caída de régimen entre marchas es siempre la adecuada.
En autopista el resto de vehículos se aparta al ver la estampa del Alfa, la contundencia de su mecánica y el desarrollo en sexta no obligan a trabajar con el cambio y los frenos ofrecen una buena potencia y dosificación. Pero el recorrido por carreteras secundarias es el más esperado. Al entrar en ellas el comprador comprueba que el comportamiento del 156 GTA es mucho más neutro que en el resto de la gama, con una trasera que puede incluso llegar a insinuarse en cambios de apoyo.
Forzando la conducción y aprovechando su potencial, el 156 pasa de un viraje a otro en unos tiempos increíbles, obligando a un gran trabajo a los frenos que, al cabo de ciertos kilómetros, comienzan a resentirse y, además, el eje delantero tiene problemas en curvas cerradas para pasar toda la potencia al suelo y el control de tracción actúa con cierta asiduidad. A estas alturas el detractor está callado en su asiento, le pareció poco apropiada la velocidad a la que su amigo podía circular con el Vectra (aunque fuera seguro), le sorprendió la aparente facilidad del Mondeo para aumentar el ritmo, y ahora le resulta increíble que un coche enlace una curva tras otra con la seguridad aparente con que lo hace el Alfa Romeo.
Al llegar a zonas ciegas el comprador baja su velocidad y el detractor le mira sorprendido mientras piensa que el comprador estaba “haciéndose el gallito” hasta ahora pero, al encontrarse con un vehículo pesado de frente que casi no cabe por su carril, cae en la cuenta de que su amigo conduce rápido dependiendo de las circunstancias, anteponiendo siempre la prudencia. Terminada la prueba de los tres coches el detractor sigue pensando que cualquier modelo normal es más que suficiente para llegar de un sitio a otro e intenta disuadir a su amigo sobre la compra de cualquiera de los tres que han probado, pero reconoce haber ido muy seguro en todos ellos.
El comprador tiene otra perspectiva y analiza su situación y las tres alternativas que se le presentan. El Vectra no es tan largo como el Ford ni tan corto como el Alfa, pero estéticamente parece el más grande y pesado, es el menos deportivo aunque su comportamiento sea muy bueno, con un cambio duro, lento y de largos desarrollos. El 156 está en el extremo opuesto, mucho más rápido aunque también menos fácil de conducir, sus prestaciones son desde luego impresionantes aunque, a decir verdad, cualquiera de ellos anda suficiente y puede sacarle de situaciones de apuro. El gran inconveniente del Alfa es sin embargo su precio, y es que 12.000 euros (dos millones de pesetas) son mucha diferencia.
Buscando sólo las prestaciones el GTA sería la mejor opción pero, considerando una compra relativamente racional sin sacrificar cierta pasión al conducir, la mejor elección está en el Mondeo. Su mayor tamaño exterior no se nota al volante y está disimulado por una acertada estética que, además, no se recarga en exceso. El espacio interior es el más amplio de los tres y su equipamiento muy elevado. No tiene el tremendo par del Vectra ni la capacidad para subir de vueltas del 156 pero, a cambio, sus desarrollos están bien escogidos, por lo que supera en prestaciones al Opel (en este sentido el Alfa es inalcanzable) mientras que su chasis está más adecuado a una conducción deportiva que el de su compatriota y sus frenos aguantan más y ofrecen mejores prestaciones que los del modelo italiano. Y lo que es mejor, el comprador tendrá con el Mondeo un modelo seguro y eficaz para disfrutar de las carreteras de montaña y desquitarse de la impotencia de circular en autopista a 120 km/h porque, como todos sabemos, los radares no están en las curvas de las carreteras peligrosas, sino en las rectas de las autopistas, unos lugares donde el mayor peligro no está en la elevada velocidad, sino en la falta de atención de los conductores.
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